Iglesia de San Millán Segovia
Iglesia de San Millán de Segovia: donde el románico susurra
Llegué a la Iglesia de San Millán sin buscarla, una de esas joyas que uno se encuentra cuando deja de seguir el mapa y se entrega a las calles. Venía bajando desde la parte alta de Segovia, después de una mañana intensa, cuando la vi asomar entre árboles y casas bajas: robusta, austera, hermosa en su sobriedad. Me detuve en seco. Había algo en sus proporciones que me hablaba de otras épocas. Algo en su silencio que me invitaba a acercarme.
Una joya del románico extramuros
La Iglesia de San Millán de Segovia es uno de los ejemplos más puros y mejor conservados del románico segoviano. Construida entre los siglos XI y XII, en lo que entonces era el arrabal de la morería, se inspira en modelos aragoneses como San Juan de la Peña y San Pedro de la Roca. Su torre, de origen prerrománico, se eleva como un faro sereno sobre la ciudad baja, y su presencia domina el entorno con una elegancia callada.
El pórtico con arcadas, tan típico del románico segoviano, rodea el lateral sur de la iglesia. Me recordó a los monasterios que tanto me gustan, esos que huelen a piedra húmeda y a incienso dormido. Al entrar, el cambio de luz fue inmediato. Fuera, el sol; dentro, una penumbra acogedora, como si el tiempo se hubiera detenido para que uno pudiera respirar más despacio.
Belleza silenciosa entre naves y capiteles
La planta es basilical, con tres naves separadas por columnas que sostienen arcos de medio punto. La nave central es simple, pero poderosa. Los capiteles de las columnas están tallados con figuras que parecen salidas de un sueño medieval: leones, aves, escenas bíblicas toscas pero llenas de alma. Me quedé un buen rato contemplando una imagen de San Millán, el patrón que da nombre a la iglesia. Su figura era serena, casi melancólica. Sentí que allí la fe no era pomposa, sino íntima. Profunda. Arraigada.
Lo que más me impactó fue el sonido. O, mejor dicho, la falta de él. En San Millán el silencio es protagonista. Solo se oía el crujido de la madera bajo mis pies y, de vez en cuando, el eco de mis propios pensamientos. No había turistas. No había prisas. Solo esa paz difícil de encontrar en los grandes monumentos.
Detalles que revelan siglos de historia
Entre sus joyas interiores destaca un artesonado mudéjar que sobrevivió a los siglos y unas pinturas murales apenas visibles pero emocionantes. Declarada Monumento Nacional en 1931, San Millán es parte imprescindible de la ruta del románico extramuros de Segovia. Es también uno de esos lugares donde, sin darte cuenta, se te va el tiempo.
Salí por la puerta lateral, justo cuando las campanas comenzaron a sonar. Me senté en un banco de la pequeña plazuela frente a la iglesia, bajo la sombra de un árbol, y dejé que ese sonido antiguo me empapara. Pensé en los siglos que habían pasado por esas piedras, en la gente que entró a rezar con miedo, con esperanza, con gratitud... y sentí un respeto profundo por ese lugar que parecía olvidado por el turismo, pero abrazado por la historia.
Recomendaciones para una visita sin ruido
Mi recomendación: no vayas con expectativas grandiosas. Ve como quien visita a un sabio anciano. Escucha, mira, respira. Y si puedes, entra a última hora de la tarde, cuando la luz se cuela oblicua entre los ventanales y convierte el polvo en oro.
La Iglesia de San Millán no te grita nada. Pero si te acercas con el alma en silencio, te lo dice todo. Es uno de esos lugares donde el románico susurra. Y lo que susurra, permanece.
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