Curiosidades del Coliseo Romano

Caminar dentro del Coliseo es como cruzar la mandíbula de Roma. No hay metáfora más gráfica: el edificio se abre ante ti como una boca inmensa que lleva siglos tragando historia. Entré por una mañana templada, con esa luz italiana que no necesita filtros. Desde fuera, las arcadas se alinean como mandíbulas sucesivas; al acercarme, el montón de siglos se vuelve textura: poros en la piedra, hendiduras donde los turistas apoyan la mano, musgo todavía en recodos sombreados. El olor era a calor, polvo viejo y algún rastro metálico —no el olor de la historia aseptizada de los libros, sino el olor vivo de un monumento que todavía respira bajo los pies de la gente.


Quién construyó el Coliseo romano



El Coliseo fue encargado por el emperador Vespasiano en el año 72 d.C. y terminado por su hijo Tito en el año 80. Ambos pertenecían a la dinastía Flavia, razón por la cual el nombre original del monumento es "Anfiteatro Flavio". Su objetivo: ganarse el favor del pueblo romano ofreciendo entretenimiento gratuito tras un período de represión política.

La obra implicó la participación de miles de trabajadores, entre ellos esclavos capturados en guerras (principalmente de Judea), artesanos especializados, y constructores expertos. El dinero para su construcción vino, en buena parte, del saqueo del Templo de Jerusalén.

Al cruzar el arco de entrada, mi corazón hizo esa pequeña pausa que hacen las cosas importantes: me sentí pequeño y, al mismo tiempo, muy presente. El ruido se volvió un concierto de pasos y voces; ecos que rebotaban en las bóvedas y convertían cada palabra en un eco antiguo.


Construcción del Coliseo romano



El Coliseo fue una hazaña de ingeniería. Se usaron materiales como travertino, hormigón romano, ladrillo y toba volcánica. La estructura combinaba arcos, bóvedas y columnas dóricas, jónicas y corintias a lo largo de sus cuatro niveles.

Una de las innovaciones más notables fue el uso de "vomitorios": salidas diseñadas para que más de 50.000 personas pudieran evacuar el recinto en minutos. La distribución interior reflejaba la jerarquía social romana, desde el emperador hasta los esclavos.

Caminé por los pasillos inferiores y, cuando alcancé el borde del hipogeo —la red subterránea de túneles bajo la arena— sentí un vértigo particular: allí abajo estaban las máquinas, los conductos, los túneles donde pasaban los animales y los gladiadores antes de salir al brillo. Admiración por la ingeniería y vergüenza por el espectáculo de violencia que permitía: esa disonancia me acompañó todo el tiempo.


Reconstrucción del Coliseo romano



A lo largo de los siglos, el Coliseo ha sufrido terremotos, saqueos y abandono. Muchos de sus bloques fueron retirados para construir palacios y catedrales. Durante la Edad Media, fue usado como fortaleza, almacén e incluso barrio residencial.

Las grandes restauraciones comenzaron en el siglo XIX y han continuado hasta hoy. En 2013, una importante intervención financiada por la firma Tod’s restauró la fachada. Hoy sigue en proceso un plan de restauración que incluye zonas subterráneas y accesos superiores.

Me detuve junto a un grupo de estudiantes italianos. Uno recitó una línea que hablaba de "gloria" y "espectáculo". Otro dijo: “Aquí se celebra todo y se olvida todo.” Ese comentario me pegó. Me quedé un rato observando a la gente: parejas haciéndose fotos, un guía que narraba con teatralidad, un anciano que señalaba algo a su nieto. Fue una lección sobre cómo los lugares vividos se vuelven a vivir en cada generación.


Curiosidades poco conocidas del Coliseo



  • Nombre original: El término "Coliseo" viene del Coloso de Nerón, una estatua cercana que ya no existe.
  • Velarium: Un enorme toldo que protegía del sol, operado por marineros expertos.
  • Inauguración brutal: En sus primeros 100 días, se sacrificaron más de 5.000 animales.
  • Especies vegetales: Más de 400 especies botánicas crecen entre sus grietas.
  • Símbolo eterno: Se decía en la Edad Media: "Mientras exista el Coliseo, existirá Roma."


Al mediodía, la piedra se vuelve casi blanca y el calor la hace vibrar; por la tarde, las sombras alargan las arcadas y el interior adquiere una melancolía casi musical. Salí al exterior y caminé por el Foro Romano, asomándome entre columnas caídas y caminos de grava: la ciudad palpitaba a mi alrededor, superpuesta en capas. Entonces pensé en el tiempo: en la fragilidad de las instituciones que creemos eternas y en cómo la piedra, maltrecha, nos devuelve una lección de humildad.


Cómo vivir el Coliseo de verdad



Ir al Coliseo no es sólo tachar una casilla turística. Es una oportunidad de reflexionar sobre la historia humana. Por eso, recomiendo visitarlo sin prisa, escuchar más el viento que la audioguía, y prestar atención a los detalles: una inscripción borrada, una sombra particular, un hueco en el muro.

El Coliseo es un espejo enorme. Te devuelve lo mejor y lo peor de nosotros: la capacidad para la maravilla y para el espectáculo cruel. Comprendí que visitar este lugar no es nostalgia ni simple exotismo; es someterse a una conversación incómoda con la historia.

Me fui con una mezcla de solemnidad y gratitud. Solemnidad por lo que allí ocurrió; gratitud porque el monumento existe todavía como recordatorio vivo. Si te animas a ir, ve con tiempo, mira en silencio, y deja que el sitio te haga preguntas. No todas serán cómodas. Pero pocas experiencias de viaje te obligan tanto a mirar hacia atrás para entender el presente.


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