Castillo de Vincennes

La primera vez que visité el Castillo de Vincennes no fue por casualidad, sino por cansancio. Cansancio de las multitudes de Versalles, de los selfies frente a Notre-Dame, de la necesidad constante de estar maravillado en París. Quería algo más discreto, más crudo, más auténtico. Así que tomé la línea 1 del metro, la que atraviesa París como una espina dorsal, y me bajé en la última parada: Château de Vincennes.

Y allí estaba, imponente y sobrio, como un centinela de otro tiempo. No hay jardines barrocos ni fuentes danzantes. Aquí la historia no brilla, pesa. Las murallas altas, la torre del homenaje que se eleva como una lanza clavada en la tierra, y ese silencio… ese silencio medieval que parece aguantar la respiración desde hace siglos.


Qué es el Castillo de Vincennes y por qué visitarlo


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El Castillo de Vincennes (Château de Vincennes) es una fortaleza medieval situada al este de París, y una de las residencias reales mejor conservadas de Francia. Su historia se remonta al siglo XIV, cuando fue ampliado por Carlos V para convertirlo en residencia real. Su donjon, o torre del homenaje, con 52 metros de altura, fue durante siglos la estructura defensiva más alta de Europa.

Pero no solo fue una residencia. A lo largo de los siglos, este castillo también funcionó como prisión de Estado. Entre sus muros estuvieron encerradas figuras como el Marqués de Sade y Diderot. Es una joya histórica que combina arquitectura militar, historia real y espiritualidad gótica en un mismo recinto.


La llegada al castillo: un salto en el tiempo


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Recuerdo haber entrado solo, una mañana fría de invierno. La niebla se enredaba entre las torres, y al pasar por el puente levadizo, sentí que atravesaba no solo una puerta, sino una frontera temporal. Caminé por el patio interior, escuchando mis pasos resonar sobre la piedra. No había mucha gente, y eso me encantó.

Esta tranquilidad contrasta con otros monumentos parisinos. No hay colas eternas ni vendedores de souvenirs. Es un castillo que no presume, pero que guarda siglos de memoria entre sus muros. Ideal para quienes buscan una experiencia menos turística y más auténtica.


El Donjon: escalar la memoria de Francia


Subí a la torre principal, el imponente donjon. Fue como escalar la memoria de Francia. Desde lo alto, se ve el Bois de Vincennes extendiéndose como una alfombra de tonos verdes y grises. Dentro, las salas austeras hablaban de reyes que no necesitaban ostentación para imponer respeto.

Pensé en Carlos V, que convirtió el castillo en residencia real, y en Enrique V, que murió entre estas paredes. Historia pura, sin el barniz del espectáculo. Todo está ahí, en la piedra, en la distribución, en el frío seco del interior.


La Sainte-Chapelle de Vincennes: espiritualidad sin ostentación


Pero lo que más me conmovió fue la capilla gótica, al estilo de Sainte-Chapelle pero sin su fama ni su oro. Allí dentro, con las vidrieras filtrando una luz suave y casi espiritual, sentí una paz difícil de describir. Me senté en un banco de madera y cerré los ojos. Afuera, el mundo seguía. Dentro, era como estar suspendido entre el pasado y la eternidad.

Esta capilla es uno de los tesoros más ocultos de Vincennes. Fue comenzada en 1379, y aunque no tiene la fama de su hermana parisina, ofrece una experiencia mucho más íntima. Y eso, en París, es un lujo.


Pasear por el foso y el entorno


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Antes de irme, caminé por el foso exterior, que ahora es más un sendero tranquilo que una defensa militar. Vi a varios locales paseando a sus perros, ajenos a la grandeza que tenían justo al lado. Compré un croissant en una boulangerie cercana y lo comí sentado frente al castillo, con el crujir de la masa mezclándose con el crujido de la historia.

Esta escena, tan simple y tan parisina, resume lo que es Vincennes: un lugar donde lo cotidiano y lo monumental coexisten sin esfuerzo.


Información práctica para tu visita


  • Cómo llegar: Línea 1 del metro hasta la estación "Château de Vincennes".
  • Horario: Abre todos los días. Consulta en la web oficial chateau-de-vincennes.fr.
  • Precio: Entrada general 13 €. Gratis para menores de 26 años (residentes UE).
  • Duración recomendada: 2 a 3 horas.


Si alguna vez estás en París y sientes que necesitas un respiro de la postal perfecta, ven a Vincennes. Aquí no te encontrarás con multitudes ni colas interminables. Encontrarás, en cambio, un castillo que no presume, pero que guarda en sus piedras el eco de siglos. Es un lugar para sentir, más que para fotografiar. Y créeme, ese tipo de lugares son los que realmente se quedan contigo.

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