Consecuencias del terremoto de Lisboa de 1755

Caminar hoy por la Baixa Pombalina es sentir cómo Lisboa se reconstruyó desde sus propias ruinas. Entre sus calles rectas, plazas geométricas y fachadas serenas, late una historia de fuego, agua, tierra y renacimiento. El 1 de noviembre de 1755, la capital portuguesa vivió uno de los mayores desastres naturales de la historia europea. Pero más allá de las cifras escalofriantes, lo verdaderamente asombroso fueron sus consecuencias: arquitectónicas, sociales, filosóficas y humanas.


Lisboa antes del temblor: un laberinto medieval


Antes del terremoto, Lisboa era una ciudad con estructura medieval: calles estrechas, iglesias en cada esquina, casas de varios pisos de madera y piedra. El día de Todos los Santos, las iglesias estaban llenas de fieles y miles de velas encendidas. A las 09:40, la tierra comenzó a temblar. Lo que vino después fue devastador.


Terremoto, tsunami e incendio: el triple desastre



El seísmo duró entre 6 y 10 minutos. Se calcula una magnitud entre 8.5 y 9 Mw. Decenas de iglesias colapsaron. Luego, el río Tajo se retiró y regresó en forma de un maremoto brutal que arrasó la zona ribereña. Finalmente, las velas encendidas provocaron un incendio que devoró la ciudad durante cinco días.

Recuerdo la primera vez que caminé por la Baixa Pombalina. Venía de perderme por Alfama, donde las callejuelas son como venas viejas, retorcidas, impredecibles. Al cruzar hacia la Baixa, sentí como si Lisboa me cambiara el ritmo cardíaco. Fue allí, en medio de esas avenidas rectas, donde me golpeó la memoria del desastre.


Consecuencias humanas y materiales



Se estima que entre 30.000 y 50.000 personas murieron solo en Lisboa. El Palacio Real y la Biblioteca (con más de 70.000 libros) desaparecieron. Se perdieron pinturas, archivos históricos, conventos, teatros. Fue una pérdida civilizatoria.


La frase que cambió la historia: "Enterrad a los muertos y cuidemos de los vivos"


El Marqués de Pombal, ministro del rey José I, lideró la reconstrucción. Organizó la retirada de cadáveres, impidió saqueos, controló precios. Su visión no fue solo práctica, fue ideológica: creía en la razón ilustrada como respuesta al caos.

Esa frase suya la escuché por primera vez en una visita guiada por el centro: “Enterrad a los muertos y cuidemos de los vivos”. Me pareció una declaración fundacional, no solo de una ciudad, sino de un país moderno.


La Baixa Pombalina: racionalidad sobre las ruinas



La zona destruida fue rediseñada con un modelo urbano rectilíneo, pionero en el mundo. Se aplicó la "jaula pombalina", una estructura de madera interior que amortiguaba los temblores. Era arquitectura sísmica en el siglo XVIII. Cada edificio tenía la misma altura, los balcones coincidían, las fachadas respiraban orden.

Caminaba por la Rua Augusta, mirando hacia el Arco Triunfal, sabiendo que justo allí, hace siglos, se abrió la tierra. Pensaba que bajo mis pies estaba una ciudad sepultada. Fue como leer una carta escrita después de una gran pérdida.


Consecuencias filosóficas: la fe se sacude


El terremoto no solo afectó la arquitectura. Sacudió la fe. ¿Por qué Lisboa y no Ámsterdam? ¿Por qué el Día de Todos los Santos? Voltaire escribió su famoso poema sobre la catástrofe. Kant comenzó a estudiar la dinámica de los sismos. Fue el inicio de la sismología moderna y una grieta en la confianza ciega en la Providencia divina.


Un silencio gótico que aún habla


Arriba en el Chiado, la Igreja do Carmo permanece en ruinas. No se reconstruyó. Está abierta al cielo, como un esqueleto que recuerda lo que pasó. Me quedé allí sentado, bajo sus arcos rotos, escuchando el viento que se colaba entre las piedras. No necesitaba guías. La historia estaba viva en ese silencio.


Lisboa después del terremoto: una ciudad con memoria



Lisboa no olvidó. La ciudad moderna nació de esa catástrofe. La racionalidad urbanística, la cultura de prevención sísmica, la ciencia, la filosofía... todo surgió de ese epicentro.

Y cuando caminas por la Baixa, si lo haces despacio, tal vez escuches el eco de lo que fue. Como a mí, tal vez te cambie la forma de ver no solo la ciudad, sino cómo se reconstruyen las almas tras un desastre.


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